Marina, la más soltera de todas mis amigas, está en crisis. No se casó a los treinta y a los cuarenta no tuvo hijos. Hoy a punto de cumplir cincuenta siente que lo único que necesita es estar en pareja.
Enrolada en "las que tienen mala suerte" se olvida que cuando otras estábamos sentadas en la plaza un martes a las dos de la tarde, con el bebé en el cochecito; ella viajaba por Europa y mientras nos acomodábamos el cuerpo y la vida para volver a trabajar después de los tres meses de licencia por maternidad; Marina fue escalando y hoy es gerente de una empresa multinacional. Gana más que mi marido.
Tiene una colección de zapatos impecables, no sabe lo que es sacar un chicle pegado en la falda ni blanquear un delantal. Tiene noches de insonmio no deambula de habitación en habitación tratando de consolar al hijo y conformar al marido.
Estar casada, tiene sus beneficios: sexo seguro, contención, vida ordenada y saludable pero tambien incluye almuerzos dominicales en casa de los suegros, monotonía y mucho olor a comida en el pelo y en la ropa.
Estar obsesionada por el amor puede convertirse en una queja interminable y hasta puede ser el fin de un amor.
Instalada en la ausencia de algo es casi imposible ver lo que hay.
Podes tener a tu marido durmiendo todas las noches en casa, tener sexo más de una vez por semana, pero si te molesta que trabaje los sábados, eso puede hacerte creer y decir que no te presta atención.
Insistir, protestar y perder, de a poco o de pronto la cordura y el amor.
A veces para tener hay que ceder.
No se trata de cómo hay que vivir, sino de recuperar el deseo que nos haga vivir de otra manera, sin lamentos constantes ni añoranzas, buscar qué lugar ha tenido y tiene el amor para una misma, sin prejuicios ni mandatos.
Pero además, hay que ponerse al día.
La redes sociales, espacio público virtual se han vuelto escenario de nuestras relaciones personales.
Nos tiramos de cabeza a recuperar el pasado y nos reecontramos con amigos de la infancia. Pasamos de no saber nada de un primo que se fue a vivir a Londres a conocer casi, hasta el mínimo detalle de su vida.
Somos espias y espiados.
Lindo invento, letal para el amor convertido en bien descartable.
Sobran los malentendidos "típicos de las parejas", un chiste, un comentario inocente y hasta un "me gusta" puede ser motivo de planteo
Caminamos por el filo del encuentro desdibujado, con acceso al mundo entero quedamos solas y solos, único refugio de nuestra intimidad está oculto ese deseo y se vuelve imprescindible rescatarlo.