Soy Adriana, madre de una hija que mañana cumple
veinte años y que alguna vez fue una niña y antes una tierna beba. En esa época
uno de los mandatos sociales acerca de la crianza era: enseñarle a dormir sola,
en su habitación, desde los cuatro meses. Lograr su independencia.
Hacerle un lugarcito en la cama a las tres de la
mañana cuando se aparecía despeinada en la puerta de la habitación con cara de
susto era prácticamente, la antesala de toda clase de conflictos.
Había que lograr su independencia.
Pero aun siendo primeriza yo sabía dentro mío que
los niños tienen que ser dependientes para, luego tener la seguridad necesaria
para independizarse.
Un niño independiente, no
sobrevive.
No importaba si estabas sola o en una feliz
convivencia de pareja, si la casa era grande o si hacia frio, lo importante era
que el niño duerma solo y yo me preguntaba si, en la edad adulta,
casi todos dormimos con alguien a quien queremos, ¿por qué de
pequeños no?
De hecho, los adultos nos sentimos raros y nos
cuesta conciliar el sueño cuando estamos acostumbrados a dormir con alguien y
unas noches -por lo que sea- nos acostamos solos.
¿Por qué a los niños se les tiene que dar un trato
diferente? Se trata de que duerman. Y duermen mejor acompañados que solos.
En los siglos XVI y
XVII, la mayoría de los países europeos dictaron leyes para impedir que los
padres durmieran con sus bebés. En esencia, estaban tratando de impedir el
infanticidio. Cuando había demasiadas bocas para alimentar era fácil sofocar a
un bebé “por accidente”. Por tanto, el gobierno debía intervenir.
El miedo a la
sofocación persigue hoy a muchos padres occidentales. A todos les parece
posible aplastar al bebé o ahogarlo bajo una montaña de mantas. Pero los bebés
nacen con fuertes reflejos de supervivencia, capaces de gritar y patalear antes
de permitir que algo les obstruya las vías respiratorias. La sencilla evidencia
de que, en el mundo actual, la mayoría de los bebés duermen con uno de los
padres sin morir asfixiados, debería convencer a los padres de que es bastante
difícil aplastar a un bebé sin darse cuenta.
Pero el asunto iba más
allá, se hablaba de falta de autoridad, problemas sexuales, se pronosticaba un
futuro ser sin capacidad para aceptar la autoridad paternal y todas las que
siguen a lo largo de la vida.
En mi caso era
imposible, mi marido viaja mucho, vivíamos en una casa grande y antigua que
habíamos heredado de mi familia y para mi dormir en su cuna era una tortura.
En el jardín "el
colecho" figuraba dentro de la lista de aspectos poco deseables en el
desarrollo de la criatura, tan importante como hablar o caminar.
Ingenua, yo contaba
nuestra experiencia. La maestra de lasa de cuatro, me recomendó un libro
"Duérmete niño", sugería encerrarla, cerrando con llave si era
necesario y dejarla llorando hasta que se canse o se duerma. El objetivo:
vencer los miedos.
¿Y cómo iba a lograrlo
sin el abrazo cálido y contenedor de su madre, que había elegido serlo por
propia voluntad?
El librito fue a parar a la basura rápidamente.
El librito fue a parar a la basura rápidamente.
Otro de los argumentos
era el fracaso de la pareja pero a nosotros nos abrió la puerta de nuevas
experiencias, el baño, la cocina y volvimos al Hotel alojamiento de la
adolescencia.
En la familia, la
pregunta era;
- ¿Cómo
está Lorena? ¿Ya duerme sola?
Finalmente opté por
mentir
- Si
duerme sola toda la noche…
No digo que
alegremente vivimos las noches todos juntos, yo me preocupaba, dudaba, temía
hacerle daño si la echaba y también se la dejaba dormir en nuestra cama, con el
tiempo fui aceptando esa voz interna que decía que sí que no debía hacer, abolí
golpes correctivos, castigos y caminé por el camino del diálogo intentando
siempre lograr un acuerdo desde la razón y no siempre lo logré, más de una vez
hizo todo lo contrario y la acompañé, la consolé y seguí conservándolo, le hice
la cama y la esperé con la comida caliente siempre, acomodándome a sus horarios
de salidas y en la facultad..
Siempre que pude le
di los gustos, la dejaba ver Chiquititas y le explicaba que todo eso era
ficción.
Cuando me preguntaba
sobre mi vida, le dije siempre la verdad y me enfrenté a sus opiniones y
desacuerdos. Desde que aprendió a hablar, su opinión valía tanto como la
nuestra.
Sus primeros novios
dormían en casa.
Siempre valoramos el
esfuerzo y no los resultados, esperamos a que madure, sin apuro.
¿Dicen que la
malcrié?
No lo creo, hoy es
casi una mujer, responsable, segura y sana.
Si este es el
resultado por haberla malcriado, sin duda, lo volvería a hacer.
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